Al principio, me sorprendió saber que también valoraban la poesía y la música. Había poetas como, que usaban sus versos para inspirar en la batalla, y músicos que dirigían coros. Por un momento, imaginé a Esparta como una ciudad donde la fuerza marchaba al ritmo de la música. Pero con el tiempo, esa parte creativa se apagó como una vela en el viento. Cerraron sus puertas al mundo y todo lo que no sirviera para luchar fue dejado atrás.
Pensando en eso, sentí que la vida en Esparta era como estar dentro de una armadura todo el tiempo: te protegía, pero también te apretaba el alma. Una buena educación no es solo enseñar a ser fuerte, sino también a sentir, a pensar y a imaginar. Porque una sociedad sin arte ni libertad se convierte en una sombra dura y silenciosa, donde el corazón no tiene espacio para crecer.
Considero que lo más importante de la lectura sobre la paideia espartana es cómo la educación estaba completamente enfocada en formar ciudadanos fuertes, obedientes y preparados para la guerra. Entendí que, para los espartanos, lo principal no era el conocimiento ni la creatividad, sino la disciplina, la fuerza física y la lealtad al Estado. Me llamó mucho la atención cómo desde pequeños los niños eran entrenados para soportar el dolor y no mostrar debilidad.
Para mí es importante ver cómo, con el tiempo, dejaron de lado el arte, la poesía y la música, y se encerraron en un sistema rígido que no permitía cambios ni libertad. Eso me hizo pensar que una educación equilibrada debe ayudar a formar personas completas, no solo cuerpos fuertes, sino también mentes libres y corazones sensibles.
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